jueves, 18 de junio de 2009

El deber ante el deseo

Muerte:Pequeña de ojos claros y dulces perdoname por llevarte al lugar de las almas perdidas, pero por desgracia debo apagar la llamarada de tu vida.
Niña: Señora, no comprendo a lo que usted se refiere. Sostiene mi mano pero no la conosco, además esta gélida, pero aun así no tengo miedo.
Muerte: No tienes porque temer, arrullo de luna, no te lastimare solo vengo a cumplir mi cometido. Creeme que si pudiera cambiar mi destino lo haría pero me es imposible, no puedo tener hijos, no puedo morir, pues yo soy ese verbo al que los hombres temen, deseo descansar pero no puedo, deseo dormir para siempre.
Niña: Señora, pero usted no esta triste, pues su rostro es calmo he inexpresivo.
Muerte: No puedo expresar sentimiento alguno, estoy condenada ha permanecer así, calma. Pero eso no es lo relevante debemos partir, niña mía, debemos emprender rumbo hacia la eternidad, tu conmigo yo contigo.

Y así la niña se fue con la muerte, abandonando su vida, con algo de temor y de tristeza, pero en ella predominaba la paz, aquella paz que reinaba en el lugar del cual no iba a regresar.